¿Cómo Me Llamaba?


El viejo observaba cómo las gotas de lluvia dibujaban diminutos riachuelos en su trayecto por el vidrio, a el viejo le divertía pensar que una hormiga podría ahogarse en uno de esos ríos de fantasía, pero las hormigas habían desaparecido de su ventana desde finales de agosto.

Alguien llamó a la puerta, una enfermera entró sin esperar respuesta.

—¡Señor Rojas, vuelva a la cama! Hoy hace demasiado frío y no podemos encender la calefacción hasta el siguiente mes. La enfermera lo tomó del brazo y ayudó al viejo a arroparse en la cama mientras comentaba —: Le tengo una película: “Mujer Bonita”, seguro le gustará.

La señorita encendió el televisor e introdujo el viejo DVD de la película, subió el volumen considerablemente y se despidió del señor Rojas diciendo:

Lo veré mañana temprano y por favor no se desvele.

El anciano trataba de prestar atención a aquella película que seguramente ya había visto ¿o era tal vez algún remake de Cenicienta lo que había visto antes? Todas aquellas damiselas miserables se le confundían en los recuerdos, todas se llamaban igual, calzaban la misma talla de zapatos y todas eran prostitutas.

El señor Rojas se incorporó y marcó el número seis del teléfono.

¿Se ha marchado Fabiola?  preguntó el viejoBueno, puedes decirle que pase  —respondió al recepcionista nocturno.

El anciano se levantó de la cama sin dificultad y buscó un abrigo en su closet. La manija de la puerta giró, nadie llamó a la puerta esta vez.

Ya eran tres los días en que el chico visitaba al viejo al terminar el turno de Fabiola.

—¡Buenas noches, abuelo! He traído jugo de mango. El chico sacó de su mochila la botella de vidrio con la bebida prometida.

—¡Pasa hijito, pasa! lo recibió el anciano emocionado—. Déjame apagar el televisor...¿Podrías servirme un poco del jugo? Aquí me lo prohíben tomar, dicen que es muy pesado para mí ¡Que tonterías!

El chico sirvió jugo en dos vasos, le entregó uno al viejo y sostenía el otro en su mano mientras se acomodaba en el banquito.

—¡Mmm! ¡Qué delicia! No recuerdo cuándo fue la última vez que me alegré tanto por un vaso de jugo dijo el señor Rojas—. Dime niño, ¿por qué tu padre no me ha visitado? ¿o tu tía?

Te lo dije ayer abuelo, vendrán el domingo respondió pacientemente el muchacho—. Por ahora sólo soy yo. Yo y mi entrevista para el bachillerato.

—¡Sí, vamos a ello! dijo el abuelo¿En dónde quedamos?

Me contabas de esa comisión para una catedral en Barcelona Le  recordó el chico.

—¡Ah! ¡Ya lo recuerdo! Bueno, el proyecto había sido comisionado para un francés, pero al comité de obras le gustó más mi visión. Sería mi trabajo más ambicioso hasta la fecha: más de diez torres, cinco naves, tres fachadas. ¡Era monumental! Recuerdo haber puesto la primera piedra...era primavera, día de San José. Ese mismo día conocí a tu abuela...

El trabajo me estaba volviendo loco, pero no podía perder mi reputación, tampoco quería que ese francés se llevara luego el crédito por mi idea. Así que luego de cuatro años, tu abuela con tu padre recién nacido y yo, escapamos en un tren nocturno hasta Portugal con el dinero que me habían adelantado. Nunca nadie nos encontró y nadie nunca terminó mi catedral.

El abuelo continuó narrando su escape hasta Amarante sin ser interrumpido, hasta que se quedó dormido. El chico, al igual que el día anterior y el día anterior a ese, recostó al viejo en su cama y lo abrigó, depositó un beso de buenas noches en la frente y se marchó en silencio.

La tarde siguiente, el abuelo reanudó su historia:

En Portugal me llamaban monsieur Landowski. Allí conseguí una comisión en Sudamérica, para que esculpiera un cristo de hormigón, de cuarenta metros y unas mil toneladas. Viví allí cinco años, el calor era insoportable. Apenas me pagaron, volví a casa...

Al día siguiente, el muchacho encontró al abuelo mirando por la ventana. Los rayos dorados del atardecer revelaban en el rostro arrugado un caminito de agua, dibujado verticalmente en la mejilla del anciano.

—¿En dónde íbamos? —el viejo se secó las lágrimas con un pañuelo—. Dime muchacho, ¿por qué no han venido?

—Es sábado abuelo, vendrán mañana.

—¡Hum!...Domingo...Domingo...Ya recuerdo —comentó el anciano cabizbajo.

—¿Por qué no terminas tu historia, abuelo? Me contabas sobre los acontecimientos previos a tu llegada a este lugar.

El abuelo se sentó al borde de la cama para reanudar sus memorias:

—Habían pasado varios años, teníamos buen dinero. Tu tío y tu madre ya eran mayorcitos, quería retirarme, pero antes de eso se me encomendó otro proyecto. Era parte de un complejo urbanístico auspiciado por el gobierno de un Señor Benito, querían una sala de conciertos digna del cielo. 

Firmé el generoso contrato, luego de que terminó la segunda guerra... Signore Piacentini, recuerdo que así me llamaban los obreros del Vaticano.

Y en el día de la inauguración, el Papa Pío XII me estrechó la mano y prometió absolver todos mis pecados pasados y futuros...

Entrada la noche, el chico sugirió al abuelo acomodarse entre las cobijas. Lo ayudó a arroparse y se sentó al borde de la cama mientras el anciano se dormía.

—Dime hijito querido, ¿a qué hora vendrán? Debes decirle al recepcionista.

—Tranquilo abuelo, vendrán temprano —dijo el muchacho—. Pero deberás disculparme, mañana no estaré aquí.

¡Ay niño! Has sido tan bueno por acompañar a este viejo loco.

—No estás loco abuelo, sólo confundes algunas cosas.

—Es verdad mi niño, a veces olvido a tu padre, a tu abuela; no recuerdo dónde nací o en qué año naciste...curiosamente, no te recordaba.

—¿Recuerdas tú nombre? 

El abuelo miró al chico con temor y desconcierto. El recuerdo de toda una vida lejana pareció estrellarle.

—Mi mi nom-bre —pronunció el anciano mientras se extinguía inevitablemente la luz de sus ojos.

El muchacho besó por última vez la frente del viejo senil antes de marcharse.

Ellos llegaron temprano ese domingo, el personal de servicios funerarios de beneficencia. Fabiola no tenía a quién informar del deceso del señor Rojas: ni esposa, ni hijos, ni nietos. Partió de este mundo sin misa, ni flores y su cuerpo reducido a cenizas, como su vida y aventuras, yacen en algún cenicero común del gobierno.

En ocasiones, la muerte intercambia jugo de mango por relatos de una vida prestada, con aquel gran arquitecto de memoria fascinante.

 Fotografía de: http://www.framecosmetics.com/de/o-sad-old-man-facebook-copia-2/

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